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La ardua tarea de la incongruencia

Definamos incongruencia. Es la falta total de incoherencia, es decir, la relación lógica entre lo que se piensa, se habla y se hace, por no añadir lo que se siente. Una persona incoherente es aquella que no actúa en consecuencia a sus ideas y pensamientos con respecto a lo que expresa. He aquí el difícil arte de ser coherente o congruente. Pensamos una cosa, hablamos otra y hacemos lo contrario. Quizás, y digo quizás, por evitar sentirnos mal, o desear sentirnos bien. El placer nos atrae tanto como la miel a las moscas. También rehuimos de aquello que por experiencia o desconocimiento suponemos producirá estados de angustia, remordimiento o sufrimiento.
En nuestra mente, ese laboratorio de ideas que en algunas ocasiones fermentan hasta su ejecución, lo tenemos claro, diremos que no a la proposición por este y este otro motivo. Sin embargo, a la hora de la verdad, nos retractamos y hacemos lo contrario. Decimos si cuando queremos decir no, o decimos no cuando deseamos decir que sí. Que barullos mentales nos creamos de manera más tonta. Con estas formas adquirimos hábitos que a la larga nos perjudican, incluso nos enfurecen. Sabemos que en el fondo nos mentimos y la mentira duele. Duele cuando te enteras que tu amigo te ha mentido, pero duele menos cuando eres tú mismo quien se miente. Y, precisamente por esa actitud, creamos ciertas costumbres que nos alejan inconscientemente de la confianza y el respeto. Eso es la incoherencia, el arte de quien no está de acuerdo con lo que piensa, siente, habla y hace. Pero, el verdadero problema esta cuando no somos capaces de perdonar nuestras incongruencias. Esa falta de perdón es como el piqueteo continuo del martillo que no cesa de dar golpes y más golpes, hasta que irrumpe de nuestro interior un volcán en plena erupción. Si fuéramos más conscientes de nuestros pensamientos. Si estuviéramos más atentos a nuestras palabras y escucháramos mas esa vocecita interior que asoma tímidamente desde el corazón, nuestras expresiones en el gran plato de la realidad serian de otro modo, y quizás, digo quizás, las consecuencias serían más favorables. Dicen algunas lenguas que somos lo que hacemos, pues las obras son tan clarificadoras que las palabras y otros pensares se las engulle la nada. De igual manera somos lo que pensamos, lo que sentimos y mas allá de nuestro fuero interno, lo que escuchamos, lo que comemos y Dios sabe que más. Pero la realidad es que aun siendo un compuesto de todo lo que nos puede llegar a definir, según el ángulo en que uno se posicione, somos mucho más que todas estas formalidades, somos un Ser consciente e inteligente, un Ser espiritual capaz de crear un mundo a su medida, con un potencial latente a la espera de ser descubierto y aprovechado en beneficio de uno mismo y de los demás. Bueno, al menos deberíamos serlo. Y digo deberíamos porque mientras pensemos de una manera, sintamos de otra y hagamos la contraria, nada de esto experimentaremos. Sin sintonía interna, no habrá sintonía externa. Hay que aligerar peso y dejar de crear trabas y enredos mentales. Cuanta más claridad haya en nosotros más poder y seguridad hallaremos. Todo ha de comenzar en el corazón de la mente, pasar por la mente del corazón y terminar en una feliz actuación. A no ser que deseemos acabar en los psiquiátricos, subyugados a camisas de fuerza. En estos lugares se recrea el bullicio, la confusión y el desorden. Y, que curiosidad, en nuestra mente incongruente, también se llega a recrear la confusión ante el autoengaño, el bullicio interior que parece producir el alboroto que se gesta ante la indecisión, provocando, finalmente un caos ante lo que habíamos pensado decir frente a las diferencias en hechos y evidencias como resultado final.
La verdad es que ser congruente es una responsabilidad que pocos desean aceptar. Ese pequeño grado de locura que recorre la vida de cada cual, es más fácil de soportar, además, no hay mejor espejo que los demás, y como el otro es igual a mí, en estos casos, como que todo queda en casa.
Pero, frenemos un poco nuestra acelerada mente, si somos capaces. Dominemos la situación. ¿Qué cuesta realmente ser un poco coherente y cargar con las responsabilidades y consecuencias que conlleva tal decisión? Estoy seguro que nos hará más consolidados, más fuertes y más felices. Pensar una cosa porque se siente, hablarla y llevarla a cabo, es un acto de valor que todos somos capaces de hacer, y que estoy seguro, lo hemos hecho en más de una ocasión. Sin embargo, esta actitud que es la adecuada se convierte en nociva cuando no se hace de ella un hábito, sumergiéndonos en un círculo vicioso que nos asfixia la existencia. Es mejor llegar a ser coherentes que seguir defendiendo mentiras.
Seamos capaces de convertir esa ardua tarea de la incongruencia en una ligera carga de consideración a nuestro Ser interior, que muy en el fondo sabemos que está ahí, y que llegar a él es tan sencillo como realizar un acto de reflexión en la intimidad.
Ejercitémonos en pensar, hablar y expresar coherentemente y sintamos sus sorprendentes efectos.


GRACIAS.

José Joaquín Llinares Nadal

José Joaquín Llinares Nadal

J. Joaquín Llinares Nadal

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