"Admírense las generaciones futuras, y contemplando llenas de pavor los días de aflicción que sufrieron sus antecesores en esta hermosa villa de Carcagente los días tres, cuatro, y cinco del año 1864, confiesen humildes y llenos de un verdadero arrepentimiento; que el brazo del Omnipotente castigó todavía con misericordia los pecados de sus padres que irritaban su divina justicia, y escarmienten en el triste desengaño de estos.
Día tres de noviembre de dicho año por la noche abrieronse las cataratas del cielo, y empezó á diluviar de tal suerte que parecía manifestar lo funesto y horrible de sus consecuencias. Los acueductos que desaguan los corrales descubiertos, no eran bastantes a dar salida á las corrientes de agua que descargaban las nubes: por cuyo motivo hallaronse inundadas al otro día por la mañana. Este día 4 de noviembre, día en que se celebra la festividad de San Carlos en toda la Yglesia universal, siguieron las lluvias acompañadas de furiosos uracanes que ponían en alarma toda la población y al momento la fama asegura el haber salido el Júcar de madre; cuando otros ingenios más prácticos pronostican la venida del río de Albayda, de Sellen y otras mil avenidas que penden de las montañas por la tarde del mismo día. En efecto, seria como las once de la mañana cuando las aguas del Júcar entraban con rapidez por el portal de las Monjas Dominicas. Su entrada parecía causar alegría á los habitantes de esta Villa fiados en las experiencias de que otras veces solo había entrado en los puestos más bajos; y que por consiguiente no perjudicaría sus intereses. Mas [no] tardaron muchos momentos en convertirse en llanto sus alegrías. A los tres cuartos para las doce del día (sin duda para que todo el pueblo fuera espectador de tan trágica excena, con la que Dios nuestro Señor quería corregir nuestras prevaricaciones, como se refiere en la historia sagrada del dilubio universal), hallabanse las casas de la parte derecha entrando en la Villa, desde las Monjas hasta la Abadía con una vara de agua. En vano los puntos más elevados se defendían con estiércol, tierra, y otros materiales para impedir que las aguas entrarán en sus abitaciones; porque Dios nuestro Señor tenía destinado sorprender, y castigar con la pérdida de sus intereses, quien en parte, quien / en todo, según decretará en sus consistorios eternos, al necio que vive abismado en una bana confianza. De esta manera fueron corriendo las aguas de momento por todo el camino real, ó dígase de portal al portal de santa Ana inundando á derecha é izquierda hasta las tres y media de la tarde en que [...] del tramvia las aguas, luchando estas con aquellas, después de haber arrojado por tierra la grande obra depósito de naranjas del señor de Gustaldis hicieronlas retroceder con tal velocidad, que subiendo por varios puntos de la población quedó toda inundada. A las cuatro y cuarto de la tarde, ya se contaban siete palmos de agua en la Abadía, cinco en la Yglesia, y á proporción en las puestos más bajos. Así fueron subiendo las aguas paulatinamente hasta las nueve de la noche, como nueve palmos en la Abadía y respectivamente en los demás puntos, en cuya hora estubieron suspensas por espacio de cuarto y medio; y recibiendo nuevos aumentos crecieron de suerte que ascendiendo tres cuartos de palmo por cuarto de horas, llegaron á la altura de doce palmos tocando la viga cargadora de la Abadía; nueve palmos y medio en la Yglesia, ó bien sea hasta la mesa del altar Mayor faltando sólo cuatro dedos para cubrirla: 15 en las Monjas: 17 en las casas de la calle de San Bonifacio; y 5 en los puestos más elevados; sólo se salvaron las casas (de la Plaza del Marqués), don Salvador Chisvert, don Pascual Bernic [sic], la de Armengol, y dos calle del Torner, que se hallan contiguas y al nivel de estas.
¿Qué pluma podrá manifestar con los más vivos colores la palidez de los semblantes, la aflicción de los corazones, las angustias de mi espíritu pensador viéndose amenazado por la cólera divina que se entretenía, como por juego con todos nuestros intereses, y fustigando nuestra imaginación con un sinnúmero de ideas tristes y melancólicas? Ah! La lobreguez de la noche, las nubes que arrojaban á torrentes el agua, los vientos recios y uracanados, los truenos que con su fuerte estampido hacían temblar los edificios más fuertes; la repetición de los relámpagos que deslumbraba la vista de nuestros ojos, la multitud de las aguas que inundaban los edificios y corrían por nuestras calles, la imposibilidad de ausiliarnos, la actitud de ver sucumbir bajo las ondas los animales y otros efectos domésticos, todo conspiraba á doblar nuestras angustias; y creer llegada la hora de morir entre agua, y ruinas. Alaridos los más lastimeros de personas que buscaban au-/silio para refugiarse en los puestos más elevados, fuertes, y seguros; otras sufriendo la crudeza del agua, vientos y horrores de una noche obscura y tempestuosa para salvarse encima de los tejados, nos representaba al vivo el cuadro del diluvio universal que sufrieron nuestros padres para salvarse de la ira de Dios, y que íbamos á perecer con la muerte más desastrosa. Las angustias de muerte nos cercaban por todas partes, sin saber que medio elegir y sólo pensábamos recurrir á Dios para que nos mirara con ojos de compasión por la intervención de su santísima Madre, y sus santos. No había en esta noche corazón alguno por de bronce que fuera que no levantara sus manos al cielo pidiendo al Señor con San Pedro nos alargara su mano; porque íbamos a perecer.
Tales fueron nuestros pensamientos hasta las once y tres cuartos de la noche, en que amaneció para nosotros el iris de paz que nos anunciaba la misericordia de Dios con el descenso de las aguas; pero no con tal seguridad que nos creyéramos libres de las consecuencias de la inundación; pues iba con tal lentitud, que las aguas que subieron palmo por cuarto, descendían palmo por hora. Así permanecimos hasta las nueve de la mañana del día cinco en que pudiéndose vadear algún tanto las calles, salieron montadas las autoridades, junto con la guardia civil, y otros paisanos recorriendo la población para socorrer y averiguar, si durante la noche había sucedido alguna desgracia personal; y afortunadamente nada fué en comparación de lo que creíamos; porque el Señor castiga siempre con misericordia. Pues solo perecieron, en la calle de los santos una simple joven llamada Vicenta Tur y Magraner que pereció bajo las ruinas de una casa, María Pérez, viuda de N. Taléns, que murió de susto al caer un edificio sobre la casa cuartel donde se hallaba; y un pobrecito llamado Francisco Rubio, alias el Cedacero, que no pudiéndose evadirse del corriente de las aguas, murió abrazado á un palo del telégrafo frente á la calle de San Bonifacio. Con razón debemos entonar un himno de alabanza á Dios nuestro Señor por tantos beneficios; pues si bien perdimos los bienes terrenos, conservamos nuestras vidas.
En efecto: aquellos fueron inmensos; porque además de la pérdida las casas, y tierras; no creyendo los naturales de esta Villa, que las aguas subieran tanto de punto; se perdieron los géneros que habían en los cuar-/tos bajos; se inutilizaron los muebles de toda la vecindad; se deterioraron todas las ropas, especialmente las de seda, y de color; se ahogaron, sobre 300 caballerías de diversas especies; muchos cerdos; gallinas sinnúmero, cayeron sobre ochenta casas, sobre 100 corrales; y se apuntalaron 326 casas. En la Yglesia se perdieron , ó se arruinaron las ymágenes de todos los nichos bajos de los altares; se hizo pedazos el santísimo Cristo del facistol, este lo dejaron las aguas en el presbiterio junto al altar de San Francisco de Paula, cuya mesa cubrieron; sacaron de su fundamento la sillería del coro, en una palabra; libros cantorales, misales, rituales, ropas cajonería de la Sacristía con toda la ropa del culto, bancos, mesas, confesonarios, etc., todo iba nadando sobre las aguas por la Yglesia. El término quedó todo secano por haberse llevado los azudes, de modo que ocasionó pérdidas considerables que jamás conocieron los naturales otra mayor dejando á Carcagente en la mayor miseria"[1].
[1] ARXIU HISTÒRIC DE LA PARRÒQUIA DE L'ASSUMPCIÓ DE CARCAIXENT, Llibre de Comptes del Síndic 1847-1892, sig. 26.14.1. El autor fue fray Carlos Estela Juste, Ecónomo de la Parroquia (1860-1865). Exclaustrado de la Orden del Císter. Murió en Valencia el 20 de novembre de 1870.
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